República Dominicana.-
En nuestra singular cultura todos los días nos encontramos con situaciones realmente alarmantes en la mayoría de los casos.
Un tema recurrente es el del eterno afán de la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) en convencer a los ciudadanos motorizados en utilizar el casco protector.
Se ha dicho de todo: desde el hecho en sí que los cascos son propiedad de un influyente militar y utiliza la acción “terrorista” de presionar con multas en detrimento de los motociclistas, hasta la afirmación de que se trata de un negocio selectivo en días específicos para colectar fondos al fisco.
Lo cierto es que si el motociclista pensara un solo momento, se percatara que sin protección alrededor de su cabeza, las posibilidades de sufrir daños irreparables son altas y en muchos casos, la fatídica realidad de perder la vida está en juego. Se trata de un asunto cultural en que a todos nos gustan los mangos bajitos. A todos los niveles sin excepción.
Basado en el tema de los cascos protectores me encontraba en una cafetería cercana a mi casa propiedad de alguien a quien conozco hace mucho tiempo. La idea era sencilla: apoyar su negocio y de paso, constatar la calidad y variedad de los productos que allí ofertan al público.
Dentro del concurrido lugar, llega exhausto y con cara de tragedia un motoconchista, quien optó por devolverse rápidamente y encima de eso -en una vía- para evitar a los agentes del tránsito y al ver la oportunidad en la cafetería, decidió entrar a la misma:
-“¡Oyeme pero eto bendito’ Amé no dejan a uno bucalse la vida!”, expresa en tono alto
-“¿Otra vez el asunto del casco amigo?”, le pregunto en tono ingenuo
-“Esa mima vaina. Tienen una presión del diablo con esa jodienda y lo’ de’llo e’ ganase to’ eso cualto. Una mafia e’ que tienen esa jodía gente”
-“Bueno amigo si uté se pone a analizá, a utede lo’ motoconcho le conviene usá su caco protetol. Lo que pasa e’ que en ete paí nadie quiere repetá”, sale en defensa un señor en edad dilatada.
-“Usted tiene toda la razón señor”, añado
-“Mira mijo. ¿Qué edad tu tiene?”, le pregunta el señor al equivocado motociclista
-“¿Yo? Yo tengo 41 año’ y to’ lo que he hecho en mi vida e’ trabajá caballero”
Un tema recurrente es el del eterno afán de la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) en convencer a los ciudadanos motorizados en utilizar el casco protector.
Se ha dicho de todo: desde el hecho en sí que los cascos son propiedad de un influyente militar y utiliza la acción “terrorista” de presionar con multas en detrimento de los motociclistas, hasta la afirmación de que se trata de un negocio selectivo en días específicos para colectar fondos al fisco.
Lo cierto es que si el motociclista pensara un solo momento, se percatara que sin protección alrededor de su cabeza, las posibilidades de sufrir daños irreparables son altas y en muchos casos, la fatídica realidad de perder la vida está en juego. Se trata de un asunto cultural en que a todos nos gustan los mangos bajitos. A todos los niveles sin excepción.
Basado en el tema de los cascos protectores me encontraba en una cafetería cercana a mi casa propiedad de alguien a quien conozco hace mucho tiempo. La idea era sencilla: apoyar su negocio y de paso, constatar la calidad y variedad de los productos que allí ofertan al público.
Dentro del concurrido lugar, llega exhausto y con cara de tragedia un motoconchista, quien optó por devolverse rápidamente y encima de eso -en una vía- para evitar a los agentes del tránsito y al ver la oportunidad en la cafetería, decidió entrar a la misma:
-“¡Oyeme pero eto bendito’ Amé no dejan a uno bucalse la vida!”, expresa en tono alto
-“¿Otra vez el asunto del casco amigo?”, le pregunto en tono ingenuo
-“Esa mima vaina. Tienen una presión del diablo con esa jodienda y lo’ de’llo e’ ganase to’ eso cualto. Una mafia e’ que tienen esa jodía gente”
-“Bueno amigo si uté se pone a analizá, a utede lo’ motoconcho le conviene usá su caco protetol. Lo que pasa e’ que en ete paí nadie quiere repetá”, sale en defensa un señor en edad dilatada.
-“Usted tiene toda la razón señor”, añado
-“Mira mijo. ¿Qué edad tu tiene?”, le pregunta el señor al equivocado motociclista
-“¿Yo? Yo tengo 41 año’ y to’ lo que he hecho en mi vida e’ trabajá caballero”
-“Pué aproveche que todavía tiene fuelza pa’ podé tabajá y hacel la’ cosa por la regla. Yo te doblo la edad y mi consejo e’ que compre su caco pa evitalse el problema del amigo y la amiga”
-“¿Del amigo y la amiga? ¿Cómo así?”, pregunta el motoconcho.
-“Había una mujel que deseaba ta’ en la intimidá con un hombre que ya ‘taba en susúltima’. Cuando ella se le insinuó, él le dijo ‘yo quiero, tú quiere, pero él no puede’ haciéndole entendé que ya había peldido su vigorosidá. Haga un elfuelzo y cómprese ese caco y evítese un problema amigo mío”
El motoconcho se quedó pensativo y antes de retirarse le prometió al señor que se llevaría de su consejo. Salí de la cafetería satisfecho de haber aprendido algo nuevo.
Unos días después, coincido con un amigo homólogo en la comunicación quien se mofaba de mí por el tamaño del objeto que llevaba en mi cabeza:
-“Oye Malco no e’ pol ná, pero tú parece un atronauta con esa vaina pueta jajaja”
-“Se nota que fuiste un pésimo estudiante en Matemáticas en tus días de escuela. ¿No te has fijado que las dimensiones de este casco se ajustan a la perfección al tamaño de mi cabeza?”
-“¿O sea que te lo vendieron hecho pa’ ti jajaja?”
-“Sigo sin entender el por qué de tu burla. Toda cosa llevada consigo en el cuerpo tiene una medida a los fines de quedarle a uno, pero no hay forma de hacerte entender”
-“Mire compadre jajaja diga lo que uté quiera jajaja uté parece un atronauta con ese caco tipo Power Ranger jajaja”
En eso, salimos del lugar donde habíamos coincidido y cada quien en sus respectivas motonetas subíamos por la parte céntrica de la ciudad y al parecer los agentes de la AMET se encontraban apostados cerca del área del mercado municipal. Mi “amigo” andaba sin casco y en un abrir y cerrar de ojos, lo invitan a detenerse.
Como iba un poco más delante de él, no me percaté de su abrupta desaparición y al mirar atrás miré que le tenían retenida su passola. Hago un giro en la cuadra opuesta y al llegar al lugar ya se habían llevado el vehículo de dos ruedas de mi “amigo” quien incómodo me aborda:
-“¡¿Tú sabe’ lo que e’ esa vaina?! ¡Se llevaron mi passola! ¡Ahora voy a tené que pagá una multa de 1,200 tululús!”
Levanto el plástico protector de mi casco con la intención que pueda escucharme y solícitamente le digo:
-“Después de todo, no está nada mal ser Astronauta”
Cuentos Sociales: "El Astronauta": © 2013 Marcos Sánchez. Derechos reservados.
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